LIC.
Ysaias Lara Kevelier
El pasado 23 de enero de 2020, China
decretaba un confinamiento total de la ciudad de Wuhan. De la noche a la
mañana, el país asiático ordenaba cerrar y aislar una ciudad entera de casi 11
millones de habitantes para tratar de frenar un virus que azotaba la zona. La
noticia sorprendía al mundo entero, pero, sin saberlo, iba a marcar un antes y
un después en el transcurso de nuestras vidas.
La sociedad, escéptica y discrepante
con las medidas autoritarias tomadas por el gigante asiático, contradecía sin
dudar a aquellos pocos que alertaban del inminente riesgo del virus, sin llegar
a comprender tampoco, cómo y por qué habían conseguido levantar un hospital en
apenas una semana. Incluso los altos dirigentes de los Estados y la propia
Organización Mundial de la Salud (OMS) dudaban sobre si el virus constituía una
emergencia internacional.
A base de restricciones y de datos,
poco a poco hemos ido conociendo qué es el Covid-19, ese virus que empezó
aislando a 11 millones de personas y que, a día de hoy, como si de una película
de ciencia ficción se tratase, tiene a un tercio de la población mundial
(alrededor de unos 2.000 millones de personas) confinada en sus casas.
El 14 de marzo de 2020, y siguiendo
los pasos tomados por Italia una semana antes, España decretaba el
establecimiento del estado de alarma. El país entero cerraba sus puertas y se
ponía en cuarentena ante la irremediable entrada del coronavirus en el territorio,
paralizando en seco nuestras vidas y rutinas.
El ya histórico Real Decreto
463/2020, de 14 de marzo, declaraba el estado de alarma para poder así
gestionar la crisis sanitaria ocasionada por el virus, estableciendo en todo el
ancho y largo del país una serie de medidas que, de la noche a la mañana,
suponían la suspensión y privación -amparada en el artículo 116.2 de la CE y a
la LO 4/1981- de derechos y libertades públicas tan básicos e inviolables como,
por ejemplo, el derecho a la libre circulación. Cines, bares, restaurantes,
museos, gimnasios, empresas o incluso instituciones públicas se veían obligadas
a cerrar y parar su producción y servicios.
Sin embargo, esta insólita situación
ha puesto sobre la mesa otro tema que ha dado pie a interesantes debates
durante estos días: la excepcional e indudable mejoría en la calidad del aire y
la disminución de los niveles de contaminación en las poblaciones afectadas por
el Covid-19.
Son varias las noticias que hemos
visto desde que se decretasen los primeros confinamientos, que relacionaban
estas restricciones con la disminución de la contaminación atmosférica,
resultando directamente proporcional el número de días de aislamiento con la
mejoría en la calidad del aire.
También nos han sorprendido noticias
de animales mostrándose o campando libremente por las grandes ciudades; o las
increíbles y cristalinas aguas de Venecia, consecuencia de la paralización del
tráfico en sus canales.
Así pues, esta situación nos lleva a
plantearnos la siguiente reflexión: ¿es el confinamiento del Covid-19 el arma
que necesitábamos para luchar contra el cambio climático?
Aparentemente, así pudiera parecer.
Resulta lógico pensar que una reducción en la actividad económica, con casi el
100% de comercios e industrias cerradas,
así como un aumento del número de personas confinadas en sus casas o una
disminución en los traslados tanto locales, como nacionales e internacionales,
podrían llevarnos a la conclusión de que esta mejoría en los niveles de
contaminación supondría automáticamente una influencia paralela en el cambio
climático. Sin embargo, hay voces críticas con esta idea. Los expertos
advierten que no podemos confundir la idea de reducción en los niveles de
emisiones con una mejoría en la lucha contra el cambio climático.
Recientemente, la Organización
Meteorológica Mundial (OMM) advertía que “la reducción de las emisiones como
resultado de la crisis económica provocada por el coronavirus, no son sustituto
de acciones contra el cambio climático. Aunque se hayan producido mejoras
localizadas en la calidad del aire, es demasiado pronto para evaluar las
implicaciones para las concentraciones de gases de efecto invernadero, que son
responsables del cambio climático a largo plazo”.
El sistema de vigilancia atmosférica
mundial de la OMM, Global Atmosphere Watch, coordina la observación a largo
plazo de las concentraciones de gases de efecto invernadero a escala
planetaria, que representan lo que queda en la atmósfera durante siglos después
del sistema de interacciones entre la atmósfera, la biosfera, la litosfera, la
criosfera y los océanos. Como asegura la OMM, más allá de una mejora puntual en
los niveles de contaminación, la lucha contra el cambio climático es una
carrera de fondo, y debemos de estar comprometidos a corto, medio y largo
plazo. Por lo tanto, resulta prematuro sacar conclusiones firmes sobre la
crisis del coronavirus y la importancia de esta desaceleración económica en las
concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero.
Por otro lado, resulta importante resaltar
otros aspectos que pudiesen estar pasando desapercibidos pero que también
influyen en la contaminación. Es el caso, por ejemplo, de la sobreproducción de
productos sanitarios fabricados durante los últimos meses. Debido a su mala
gestión a la hora de desecharlos, denuncia la ONG Oceans Asia junto con WWF
Hong Kong, se está generando un mar de basura en el archipiélago de Soko (entre
Hong Kong y Lantau).
Otro punto clave, como ya están
advirtiendo opiniones expertas, son las posibles subidas extremas de emisiones
una vez terminada la emergencia. Petteri Talas, director del OMM, señalaba que
“la experiencia pasada sugiere que la disminución de las emisiones durante las
crisis económicas es seguida por un rápido aumento, y que es necesario cambiar
esa trayectoria”.Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, tras la crisis financiera
mundial de 2008-2009. Según un estudio de Nature Climate Change, cuando los
Estados se lograron rehacer, se produjo un fuerte crecimiento de las emisiones
en las economías emergentes, un retorno en las economías desarrolladas y un
aumento en la intensidad de los combustibles fósiles de la economía mundial.
Sin embargo, ¿qué ocurriría si
convirtiésemos estas medidas de confinamiento puntuales y excepcionales, que el
Covid-19 nos ha obligado a cumplir, en un sistema periódico, regular y
estructurado?; ¿y si la solución fuese desarrollar un sistema de “parones
guionizados” cada X años que nos permitiesen resetear y mejorar los niveles de
emisiones y contaminación?; ¿lograríamos así mejorar los datos y frenar el
cambio climático?
Es una certeza que la crisis del
coronavirus está reduciendo la contaminación y las emisiones de NO2 y CO2 más
que cualquier otra política ambiental que se haya establecido hasta ahora.
Pero, ¿estarían dispuestos los Estados a tomar esta drástica decisión? Sabemos
de la repercusión económica que toda esta crisis va a suponer a empresas y
trabajadores, y, por ende, a los países y a la economía global, no obstante,
todas estas pérdidas económicas podrían reducirse y controlarse si se
consiguiesen encuadrar todas las piezas del complejo puzzle y se lograse
protocolarizar el sistema. Un sistema de previsión de pérdidas donde se
estandarizasen los parones en la producción o en las ventas y servicios. Sin
duda supondría una merma económica, pero ¿estarían los Estados dispuestos a
ello?; ¿estarían dispuestos a encarar esas pérdidas económicas si realmente el
sistema planteado influyese positivamente en el cambio climático?
Por otro lado, desde el punto de
vista sociológico. Si bien cada vez más, la sociedad, y sobre todo los jóvenes,
se vienen concienciando y parecen estar más dispuestos en la lucha contra el
cambio climático, lo cierto es que un sistema como el planteado genera muchas
dudas a la hora de valorar si sería respaldado o no por la ciudadanía. Ahora
que estamos viviendo lo que implica sellar ciudades enteras y confinar a un
tercio de la población mundial, ahora que ya no lo vemos como algo más propio
de una novela distópica de Orwell, ¿estaría la sociedad dispuesta a realizar
cuarentenas periódicas en favor del cambio climático?
Las medidas restrictivas impuestas
por el Covid-19 han sido respaldadas y apoyadas por la ciudadanía porque
luchamos contra una amenaza presente que genera muertes incontrolables de un
día para otro. El cambio climático, por contra, es una lucha a medio-largo
plazo. Aunque en un futuro podría llegar a producir masivos desplazamientos de
personas refugiadas e, incluso, un mayor número de muertos que el que estamos
sufriendo estos días, a las personas nos resultaría complejo tener que tomar
medidas tan drásticas, que limitan nuestros derechos más esenciales, para
lograr efectos y beneficios futuros, que seguramente ni repercutan en nosotros
mismos directamente, ni lleguemos a vivir.
Como apuntan los expertos, el tiempo
nos dirá si, efectivamente, todas estas restricciones han ayudado o no a
nuestra lucha contra el cambio climático. Mientras tanto, vayamos reflexionando
en nuestras cuarentenas particulares. Dicen que la gripe española, la mayor pandemia
del siglo XX que acabó con la vida de 50 millones de personas, causó grandes
cambios psicológicos, sociales y políticos. Probablemente, la crisis del
Covid-19 también los traiga.
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Medio Ambiente