elpais.comEn la cafetería de la esquina de
un barrio corriente de São Paulo cercana a la parada de metro de Pinheiros, un
policía cabizbajo sentado en la barra charlaba con un jubilado aún más
cabizbajo bajo la mirada de un camarero silencioso y todavía más deprimido.
Entonces el jubilado, dio un manotazo al bollo y masculló, para que le oyera el
policía:
-Ojalá nos hubiera eliminado
Chile en los penaltis. Ojalá.
Brasil se ha despertado
incrédulo, triste, noqueado, inmerso aún en la niebla tóxica de la pesadilla
del 7-1, en sus funestas consecuencias. Un comentarista radiofónico
muy madrugador de la emisora CBN hablaba de la falta de
táctica futbolística del equipo de Scolari. Pero un segundo
comentarista, media hora después, aludió a que la aplastante derrota, según él,
despertará otra vez el complejo de inferioridad del brasileño y le devuelve ya
por lo pronto a una realidad llena de problemas de la que ha escapado durante
el mes largo que ha durado la selección en el Mundial.
En la misma noche de la goleada
hubo incidentes,
en São Paulo, Río y otras grandes ciudades brasileñas, que más respondían a un
vandalismo incontrolado que a un movimiento organizado de protestas: peleas,
incendios de autobuses, saqueos de tiendas…. El amanecer trajo una calma triste
y compungida, como la que se respiraba en la cafetería del policía y el
jubilado. Las camisetas amarillas desparecieron de golpe. Todos los que la
lucían orgullosamente el día anterior las guardaron en casa.
La mayoría de los periódicos (sus portadas
aparecen llenas de “humillación”, “vejamen”, “vergüenza”), especula
con la posible influencia que puede tener este marcador increíble en las
próximas elecciones de octubre. Todos los expertos coinciden en recordar que
nunca el resultado del Mundial ha influido en las urnas, y eso que los
campeonatos del Mundo coinciden, desde 1994, cada cuatro años, con las
elecciones generales brasileñas. Pero esos mismos expertos también recuerdan
que nunca Brasil ha sufrido una derrota tan aplastante, tan demoledora, con un
potencial simbólico comparable –tal vez mayor- a la del Maracaná en 1950. “Sólo
hemos superado el trauma de 1950 con otro mayor”, resumía un seguidor de
Facebook. Lo del trauma no es una frase hecha: los periódicos aportan consejos
de psiquiatras y psicólogos para que la goleada no afecte demasiado a los
niños.
Tampoco se sabe aún hasta qué
punto la derrota alentará de nuevo las protestas y manifestaciones que quedaron
narcotizadas en cuanto la pelota comenzó a rodar y que, hace un año, sacudieron
el país entero pidiendo menos gastos en estadios de fútbol, y más en servicios
públicos para tener mejores transportes, mejores escuelas y mejores hospitales.
Según la prensa brasileña, los asesores de la presidenta Dilma Rousseff y los
miembros de su Gobierno están atónitos, a la expectativa, sin saber cómo irá a
reaccionar el electorado ante
este aluvión de goles y de decepción, si se traducirá en una sequía de votos en
unos comicios que ya de por sí se presentan muy disputados. Por lo pronto, la presidenta
ya envió, a través de su cuenta de twitter, un mensaje de ánimo:
“Estoy muy triste por la derrota. Pero no nos podemos abatir. Brasil,
levántate, sacúdete el polvo y ponte en pie de nuevo.”
“Que no haya dudas. Esto influirá
en los sondeos y Dilma Rousseff bajará. La gente
ahora la toma con el entrenador Scolari, pero pronto transferirá esa
frustración a Rousseff”, asegura el sociólogo especialista en deportes Flavio
de Campos. Este experto recuerda que durante el partido, el público pasó, casi
sin solución de continuidad, de insultar al criticado delantero Fred a
dirigirse a la presidenta. Y añade una particularidad del pueblo brasileño que
hoy se muestra en carne viva: la identificación de la esencia del país con el
fútbol. “Siempre esperamos que los futbolistas de la selección encarnen la
fuerza, la virtud y la creatividad que no encontramos en otros espacios
sociales”.
Tal vez por eso, según algunos,
la derrota histórica que ha infligido Alemania a Brasil sirva de vacuna, de
curativo. Así lo asegura el editorial de A Folha de S. Paulo : “El partido tal vez implique que se
acabe con una época en la que país y estadio, hinchada y pueblo y nación y
selección han sido vistos como la misma cosa (…) Tal vez se pueda decir ahora
que Brasil es mayor que su fútbol”.
En una carta al director del
mismo periódico, Albino Marcones, de São Paulo es más tajante: “Se acabó la
euforia. Vamos a cuidar de la economía, a hacer que este país vuelva a andar.
Basta de emoción. Vamos a arreglar la inflación. Despierta a la realidad,
Brasil”.
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El 7-1 sume a Brasil en la depresión