Autora: Margarita Cedeño
Publicado por el Listin Diario
La crisis del coronavirus trae consigo las perspectivas ineludibles de un punto de inflexión sin precedentes. Las consecuencias de esta crisis se sentirán en todos los aspectos de la sociedad, en la cultura, en la idiosincrasia, en el comportamiento, en la educación, la salud, los indicadores sociales y la economía.Hay quienes afirman que esta crisis será mortal para el capitalismo como lo conocemos, mientras que otros afirman que este modelo económico seguirá con la misma pujanza que antes. Los expertos analizan si este hecho histórico y sin precedentes cambiará por siempre la globalización, la mano invisible del mercado y el rol de los Estados en el funcionamiento de la economía.
Algunos ya se aventuran a afirmar que la era del apogeo de la globalización ha llegado a su fin, argumentando que la interconexión nos ha puesto en una posición de debilidad ante la realidad de una pandemia y que, por ende, debemos encontrar un nuevo punto de equilibrio entre la autosuficiencia local y la hiperglobalización de las últimas décadas.
Lo cierto es que mientras más dure la crisis, más cuestionamientos habrá sobre la globalización y su idoneidad como ancla de la economía mundial.
Ese punto de equilibrio también hace referencia a los valores que priman en el capitalismo que conocemos. Hoy en día, el dinero parece irse detrás de los que actúan con frialdad numérica, los que toman decisiones más alineadas con la voracidad y con la idea de que primero va el desarrollo económico y luego todo lo demás.
Con esta crisis se abre la oportunidad de aspirar a un capitalismo distinto, basado en la solidaridad y la cooperación, donde se privilegia el desarrollo social por encima del desarrollo económico. Esta postura va en la línea de lo que grandes economistas han planteado en su visión del mundo post-coronavirus. Al unísono, todos han resaltado la importancia de remediar las grandes brechas en la distribución de los recursos económicos.
Lamentablemente, los organismos de carácter mundial, donde se reúnen representantes de todos los países para discutir los problemas que son comunes, han fallado a la hora de regular la economía mundial y asegurar que opere en base a criterios de solidaridad y confraternidad.
La crisis ha resultado ser una gran oportunidad para comprometernos con una economía más incluyente y sostenible. Es la hora de comprometernos con un nuevo modelo capitalista, el capitalismo cívico, como lo han llamado algunos politólogos, que no es más que corregir el rumbo actual del modelo económico. En algún momento de la historia se asumió que lo importante era tener “una democracia conforme a los mercados”, pero ahora lo que se impone es “una economía conforme a la democracia y el desarrollo social”.
El capitalismo cívico también trae consigo la importancia de reformar los organismos internacionales para que respondan más a los retos de este siglo XXI; retos que esta crisis ha desnudado por completo: necesitamos el concurso de los miembros de la comunidad internacional para que, en lo sucesivo, el financiamiento internacional se enfoque en el desarrollo productivo de la mano del desarrollo social, reduciendo desigualdades y garantizando reformas estructurales pendientes.
En el capitalismo que está muriendo, el mercado no garantiza la equidad y la justicia social y económica. En el capitalismo cívico rompemos el ciclo intergeneracional de la desigualdad y abrimos el espacio a un desarrollo económico con una visión meramente social.
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