Listín Diario / Opiniones
Autora: Margarita Cedeño
Le tomo prestado el término al gran amigo y dilecto periodista, don Adriano Miguel Tejada, porque considero vital que nos pongamos de acuerdo en un término para englobar este momento tan peculiar y difícil que experimenta la humanidad. Me niego a llamarlo “nueva normalidad” o un “nuevo estilo de vida”.
Hacer referencia a que vivimos en una especie de cotidianidad transitoria, a lo menos, sirve para que siempre tengamos la vista puesta en que no será una situación permanente, es totalmente transitoria, aunque dejará sus secuelas.
Enfocarnos en una “nueva normalidad” es una contradicción hasta lingüistica, si es nuevo, aún no alcanza la categoría de normal. ¿Quién dice que una vez acabe la crisis tendremos que adoptar todas las restricciones actuales como parte de una nueva vida? Vivimos momentos de excepción y, en consecuencia, se han tomado medidas extraordinarias.
Cuando todo esto acabe, el impacto de la crisis en nuestro comportamiento requerirá que tomemos medidas para detener el contagio, manejar la ansiedad de una inevitable recesión económica, tomar mayores medidas para el cuidado de la higiene personal, precauciones que pasarán a ser parte de nuestra cotidianidad.
Lamentablemente, la psicología humana suele tomar el control y encerrarnos en el dilema de que no vamos a vivir como vivíamos. La vida anterior nos seduce, nos embarga la nostalgia y cedemos ante la ansiedad y la incertidumbre. Pero olvidamos algo muy importante, la vida que nos espera luego de la crisis no tiene que ser peor, puede ser mucho mejor que la anterior.
Lo que si se hace muy necesario es evitar la fatiga del comportamiento, como le llaman los expertos en economía del comportamiento, que no es más que el cansancio que produce la obligación de cumplir nuevas normas por un tiempo prolongado, como sucede en la actualidad.
La angustia de las noticias, la incertidumbre de lo desconocido y la preocupación que genera el virus, atentan contra la salud mental de los ciudadanos, pero hay que resistir hasta que termine. Por un tiempo esta es la realidad, pero no es la normalidad ni nunca lo será.
Es verdad que dentro de la “covidianidad” nos hemos visto obligados a ceder y renunciar a parte de nuestras libertades, pero también hemos redescubierto muchas actividades que la velocidad de la vida antes de la crisis, nos obligaba a ignorar. La vida, la familia, el trabajo, la diversión, toman un nuevo significado luego de esta experiencia que nos hemos visto obligados a vivir.
Son tiempos extraños, pero muchos han descubierto el canto de los pájaros por primera vez, o se han detenido a apreciar las flores de los robles amarillos sembrados en toda la ciudad.
En cada hogar se debe reflexionar sobre eso, recapacitar sobre el rol de los seres humanos en un mundo interconectado, evaluar las acciones que realizamos que afectan al medio ambiente, a la casa común que habitamos. De la “covidianidad” podemos saltar a un mejor estilo de vida, más acorde con la búsqueda de la felicidad y el bienestar común.
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