POR ALBERTO QUEZADAALBERTO QUEZADA
Tengo la fe de que aquí, en la República Dominicana, habrá de surgir una nueva generación de políticos y ciudadanos que le devuelvan a este país y su gente la confianza de que servir en la administración pública no es sinónimo de acumulación primaria y ascenso social.
Deberá surgir un nuevo colectivo de políticos y ciudadanos que entienda que el trabajar en el tren gubernamental no es un espacio para el tráfico de influencia y el reparto vulgar y desmedido.
Tengo la esperanza de que en esta media isla caribeña, más temprano que tarde, sus ciudadanos y políticos no seguirán pensando que ascender al gobierno y ocupar una posición es licencia para depredar sin piedad el presupuesto nacional.
Abrigo el deseo de que en esta época posmoderna los servidores públicos que vayan a ejercer alguna función en cualquiera de las instituciones estatales saquen de sus cabezas de que allí se van a enriquecer de forma acelerada y descarada.
Sueño con un nuevo ciudadano que ejerza la función pública desprovista de toda macula y habilidad maliciosa que lo conduzca a reproducir los terribles esquemas mafiosos que tradicionalmente se han enquistado en las distintas instancias del Estado.
Anhelo con delirio con que surja una nueva legión de colaboradores y políticos que modelen como conducta una verdadera vocación de servicio, una profunda y marcada convicción ética y ciudadana.
Quiero el nacimiento de un hombre nuevo que cuide con celos y desvelos cada centavo que se produzca en esta tierra y que en su mente no habite el fantasma tenebroso del dolo y el derroche imperdonable.