Mientras en los exteriores del penal de Barbadillo, en Ate, al noreste de Lima, un grupo de fieles, con globos naranjas y polos con el rostro de Alberto Fujimori, bailaban el Ritmo del Chino —una tecnocumbia con el que el peruano-japonés intentó su reelección a inicios de los 2000—, deudos de los estudiantes de La Cantuta que murieron en 1992 se congregaron frente a Palacio de Justicia, en el Centro Histórico, para gritar a todo pulmón: “Indulto es insulto”. Pero si estas dos escenas ilustran lo que produce en el país la inminente liberación del expresidente condenado por delitos de lesa humanidad y preso desde 2005, la sentencia del Tribunal Constitucional abrió un frente diplomático entre Perú y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que la noche del martes requirió al Estado que se abstenga de ejecutar la orden de excarcelación. Leer más
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