Once años más tarde, en 2016, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) lo declaró Obra Maestra del Patrimonio Cultural, Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Los dominicanos asumen con orgullo la identidad propia, aunque en su historia la presencia extranjera fue notable (incluidas guerras e invasiones foráneas, entre ellas la de Estados Unidos en 1965).
Los quisqueyanos disfrutan sus ritmos, en los que se mezclan instrumentos traídos de África, Francia -por la influencia de la colonia europea en la vecina Haití-, y España a través de territorios cercanos como Cuba, Colombia y Venezuela.
Historiadores indican que el merengue tomó el nombre prestado de un dulce a mediados del siglo XIX; otros apuntan que procede de los vocablos “muserengue” o “tamtanmouringue”, conocido baile de algunas culturas africanas traídas por esclavos desde las costas de Guinea.
Sin embargo, en círculos intelectuales todavía existen otras tesis que presentan dudas al respecto.
En lo que sí coinciden los estudiosos es que en un inicio la contagiosa melodía era repudiada por las élites dominicanas, pues la consideraban “vulgar” y “provocadora”.
Con el paso de los años se incorporó un instrumento hasta entonces desconocido que entró por la zona del Cibao (Santiago de los Caballeros): el acordeón.
La manera de bailarlo se mantiene hasta hoy, con una coreografía reducida y sensual. La pareja nunca se separa y todo el movimiento pasa por caderas y rodillas, en cadencia hacia la izquierda y hacia la derecha.
A lo largo de los años, muchos artistas locales han prestigiado este género, contribuyendo a su desarrollo y difusión. Entre ellos destacan Luis Alberti, Julio Alberto Hernández, Félix del Rosario, Johnny Ventura, Juan Luis Guerra, Sergio Vargas y los Hermanos Rosario y muchos más.
Otros famosos artistas como Olga Tañón y Marc Anthony (los dos puertorriqueños) cuentan con el merengue dentro de sus temas de éxito.
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